Ximena Narea:
Muchacha caminando en la rompiente
Óleo sobre tela
Oil on canvas
2008
18x24 cm
IMPRESIONES
(Intercambio epistolar: Nov 10 2008)
Martín F. Yriart



Bueno, aquí está, llegó la Muchacha caminando por la rompiente, como si estuviera todavía fresca, recién salida del taller.

Mi primera sensación, antes que visual propiamente dicha, ha sido táctil. Junto con el peso, que inmediatamente pasó a segundo plano (develado su significado), fue la sensación de la tela de los bordes, y de la madera del bastidor, en las yemas de mis dedos, y a continuación, el relieve visible de la materia pictórica, las pinceladas que trazan ondas, valles y nervaduras, y dejan entrever la trama del lienzo como una contratextura.

A continuación, vino el shock del tamaño. Aunque sabía las medidas y me represento visualmente sin dificultad una hoja tamaño A-4 y lo que ella puede contener (y de hecho he impreso este mismo cuadro varias veces, para verlo, tenerlo y compartirlo), al principio, en las manos me ha parecido más pequeño de lo que “debía ser”. Ahora que lo tengo apoyado, casi vertical y a un metro y medio de distancia, me parece que “ha crecido”.

Y finalmente: la luz. Salvo el vestido y la vincha de la muchacha, en las impresiones que he hecho (fracasó totalmente una en papel ilustración especial para impresora laser-color) todo era más oscuro, sombrío, crepuscular, incluso.

¿Qué veo ahora? ¿La luminosidad ártica? ¿A qué hora del día luce en el Báltico esta luz que has pintado?

No te olvides de contármelo cuando puedas: qué pasaba con la luz a la hora en que esta imagen se fijó en tu retina de pintora; cómo era la luminosidad atmosférica que veías; cómo era el cielo. Necesito los nombres de los colores y la luz que ahora veo en tu cuadro, para que en mi cerebro hagan clic las imágenes y las palabras.

La muchacha sigue teniendo la misma aura que emanaba de ella en las impresiones, pero ahora la escena ha adquirido la tercera dimensión: tiene profundidad. Hay un notorio ángulo entre la vertical del plano de la muchacha y la horizontal del plano de la superficie marina: forman un ángulo de 45º; mientras que el mar y el cielo en el horizonte también forman ahora otro ángulo que antes no existía: 135º aproximadamente.

Lo cual, todo sumado, caigo ahora, da la bonita suma de 180º, o un semicírculo completo. ¿Es una ley de la óptica del paisaje marino? ¿Es intencional o ha sido un impulso automático que el pincel ha seguido, guiado por la memoria visual? ¡Me maravillo!

Otro nuevo efecto, supongo que consecuencia de la profundidad y la luminosidad, es el movimiento de la rompiente: las cejas o los abanicos semiabiertos que va formando el borde de la espuma. Ya no son más trazos planos sino que tienen volumen.

Y con esto llego a la muchacha misma (escribo al correr de la máquina, mientras le echo fugaces miradas al cuadro): las sombras, los reflejos y los movimientos.

El reflejo de la pierna en la arena mojada, y del pie en el agua sobre la que baja. La sombra en la pierna levantada, en el brazo izquierdo y en la nuca, bajo el pelo. El movimiento de las sandalias en la mano izquierda, y de la falda que empuja la rodilla o está levantada por una mano invisible. (Me acerco y veo que es la mano.)

Me parece extraordinario que todo esto se pueda “ver” cuando se mira la obra original, después de haber tenido delante tanto tiempo la copia oscurecida, aplanada y difusa de la impresión.

Seguramente hay más, que no soy capaz de distinguir: algo que ocurre en el cielo del fondo, que pueden ser nubes compactas o incluso chaparrones lejanos; una franja de sombra levemente inclinada hacia la derecha que parece partir de los pies de la muchacha, o poco más adelante, hacia el horizonte.

Aunque tal vez no sea buen momento para citarlo, pero tu papá, por ver el árbol se perdió de ver el bosque: cómo el espacio pictórico está dividido en cuatro franjas horizontales que son como escalones de profundidad, con la arena, los pies, y el borde de la rompiente en el inferior: las piernas, la falda blanca y el agua blanquecina una franja más arriba; el torso y los brazos hasta los hombros, contra el mar oscuro, en la siguiente; y los hombros y la cabeza contra la luz difusa de la franja superior. (¿No está más torcido el mar? Yo no lo noto.)

Para vos seguramente todo esto es obvio y ya no importa, una vez pintado el cuadro. Pero para mí es una experiencia nueva, como la de entrar por primera vez en una casa desconocida y descubrir cómo están dispuestas las habitaciones donde vive la gente. Esto no es una “descripción” de tu cuadro sino un relato “en vivo y en directo” de la experiencia de contemplarlo.

Con la muchacha levemente a la izquierda de la escena has pintado asombrosamente la sensación de movimiento, de transición de un paso al siguiente, de avance en el desequilibrio natural del caminar.

Nos movemos con las piernas y los pies como palancas y bisagras, no como ruedas, pensándolo en términos de la mecánica de Arquímedes. Pasamos continuamente, pero por partes, como los eslabones de una cadena de oruga, de la inmovilidad (la pierna apoyada en el piso) al movimiento (la que avanza por el aire); me imagino que esto es lo que estudiaba Leonardo en algunos dibujos suyos.

Vemos a ella de espaldas, alejándose hacia la mitad vacía del espacio pictórico. Yo creo que todo concurre a que ese movimiento cree el aura del que te hablaba: un aura invisible en sí misma, pero que es posible percibir gracias a la construcción visual del cuadro.

Me falta hacer un experimento ahora. Llevo casi una hora con la mirada alternativamente puesta en el cuadro, en la pantalla de la computadora y en el teclado, vigilando mis dedos. Me pregunto cómo veré ahora lo que hay alrededor o más lejos.

Muchas veces me ha sucedido que al salir del cine me daba cuenta de que por un rato veía más nítidamente los colores (como en Technicolor), pero luego los ojos volvían a habituarse a la luz ambiente y todo se veía más homogéneo (gris, de día) o contrastado (negro, de noche).

Ya te lo cuento. Llaman para comer.

* * *

Antes de salir he levantado la vista y mirado hacia la ventana. No sé si es autosugestión o qué, pero me parece que los matices de luz, grises y sombras de la cortina de algodón (está sólo tres cuartos corrida), y la pared vecina que se entrevé, partida, a través de ella, del otro lado de la azotea y del jardín lateral de la Residencia, son más ricos y tienen más movimiento.

He vuelto al teclado para anotarlo. Bueno, ahora sí, a comer.